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Desanimado?

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La primera vez que viste a Jesús, fue por la fe.

Por ella viste al Cordero, por ella recibieron vista tus ojos; por ella viste la cruz y por ella pasaste de muerte a vida. La fe, el don de Dios para ti.

¡Cómo te gozaste cuando te fue dada! Hoy tienes vida, y la tienes porque la Gracia de Dios depositó esa fe en ti, para creer. Pero mira: ...hay más!

Aquello fue tu nacimiento a la vida con Dios. Y un nacimiento no es un evento solitario, sino tan sólo el primer eslabón de una cadena. Es el inicio; el principio de todos los eventos que forman la vida.

Hoy la vida y sus eventos quizá te desalientan. Los vientos huracanados parecen querer destrozarte y tú...

Tú te aferras a aquella fe que nació en tí aquél primer día con Jesús y la proteges con tus brazos contra tu pecho, mientras tu cabeza piensa:

-- Oh Dios, ¿por qué soplará tan fuerte este viento? Está rompiendo todo...

-- Dios, ¡ayúdame, que estoy perdiendo la fe!

Tenemos temor. De perder esa fe, porque sentimos como si la perdiésemos.

Los embates son fuertes… Nuestra vida tambalea. Y estamos convencidos que con un poco más fuerte que arrecien las olas de la vida, esa preciosa fe se nos va a escapar de las manos. Es momento de apartar nuestro corazón de la tormenta por unos instantes, para hacer memoria de algunas cosas...

Debemos recordar que la fe no es algo que fabricamos nosotros. La fe que está en nosotros tiene un lugar de donde proviene, pero no es de nosotros; los orígenes, las raíces de nuestra fe no están en nosotros.

La vertiente de nuestra fe está en Cristo.

Nosotros jamás tuvimos de eso llamado fe, hasta que no lo recibimos de él.

Debemos recordar que la fe nos fue dada por Cristo.él vino a nosotros con eso que existía en Su corazón, y lo puso en nosotros. Y cuando esa fe entró en nosotros, fue hecho un camino para Su Persona, y él vino, y en él, Su Vida. Y nacimos. Y hoy vivimos.

En muchos de nosotros hace ya varios años que Su fe está adentro nuestro. Por esa fe supimos y sabemos que estamos sentados con él; que somos incluídos en él, que pertenecemos a Su Reino. Y por mucho tiempo, por Su fe en nosotros fuimos sanados y guardados.

Mas, de pronto, ¡la tormenta! El viento comienza a soplar poderosamente, nuestra pequeña barca se sacude, y nosotros, con nuestras ropas empapadas por las olas que caen sobre nosotros, con una mano nos agarramos del mástil que se bambolea de un lado a otro y con la otra apretamos nuestra fe contra el pecho, clamando:

-- ¡Dios! -- ¡No dejes que pierda la fe!

Porque en nuestra memoria está todavía nuestra primera fe. Pero no es del todo así.

Cuando llega el viento fuerte, la fe ya no es la misma. No que la fe hubiere cambiado, no. Es la misma fe, pero ya no es igual. Es una fe que ha crecido, que aumentó de tamaño y de potencia, y que hizo una obra en nosotros.

Nosotros creemos que es siempre la misma semilla de aquél día la que tenemos hoy, pero no... La semilla, aunque no lo vemos, germinó. Aquella semilla… murió; ya comienza a ser una plantita. Para comenzar a llevar fruto.

Y hoy nuestro Dios nos dice:

-- ¿Recuerdas que te dije que te fructificaría y que te justificaría y que te santificaría? Hijo, no temas. Aquella obra que empecé el día que naciste, Yo la continúo en tí. No malinterpretes la fe que te dí. Te fue dada para que creas en Mí, pero no solamente para nacer. Te fue dada para que creas en Mí durante todo el tiempo de mi obra en tí. Hijo, te santificaré; hija, te podaré; hijos míos, haré de vosotros Mi Iglesia, Mi Esposa sin mancha ni arruga. Yo lo haré en Tí, pues te llamé para eso. Y la fe que puse en tí es para que creas en Mí durante los tiempos placenteros en los cuales todo va bien, y para que creas en Mí tanto durante los vientos huracanados como durante las sequías. Para que creas cuando te llamo al monte o cuando te pido que cruces el valle. Pues te he prometido y no te dejaré.

-- Yo hablé; ¿crees que no cumpliré? Te llamé a Mí y puse en tí el don de creer cuando tus pies aún estaban en el reino de las tinieblas. Y ahora que ya hace tiempo que moras conmigo en Mi Reino, ¿piensas que sacaré el don de tí por causa de alguna cosa que hayas hecho mal? ¿No te diste cuenta que esa fe se va haciendo más y más fuerte en tí? ¿No pensabas que la semilla germinaría? ¿No recuerdas los primeros brotes, y después, cuando le puse tutores para sostenerla hasta que se engrosó el tallo? ¡Desmemoriado!

-- Te he dado Mi fe para que creas en Mí. Para que Mis palabras sean tu sostén durante la poda. Para que creas mientras la cruz hace su obra en tí. Mi fe no es algo que tú estés sosteniendo; Yo la sostengo en tí. Tú eres Mi hijo, ¿entiendes esto? Mío. Te compré y mío eres tú. Claro; puedes dejarme si quieres. Pero sé que eso no quieres. Sólo te desanimas por las aflicciones que muchas veces te atribulan. Pero mira: Aférrate a aquella fe primera. Está bien que lo hagas, sólo que tengas en cuenta que no es la misma fe del primer día, sino que cada día es más robusta, más fuerte.

-- Aquella pequeña semilla de antaño, ¿recuerdas lo que te decía? "Jesús me ama. El me redimió de mi pecado; me salvó." ¿Y no logras repetir esas palabras hoy otra vez? ¿No crees que es así aún hoy de Mí para contigo?

-- Lo que ocurrió el primer día que viste Mi luz fue una obra en tu espíritu. Tu espíritu pasó de muerte a vida, y todo tu ser lo supo, y se gozó. Luego tu alma comenzó más y más a deleitarse en Mí, en Mis palabras, en mi Presencia cuando te acercabas a Mí en oración, y ya no solamente tu espíritu era el cambiado, sino que conforme hacías morir lo terrenal para vivir más de acuerdo con lo que oías de Mi Espíritu, también tu alma era cambiada. Y hasta lo fue tu cuerpo.

-- Pero, querido, hay obras fáciles y obras más difíciles. No para Mí, pero sí para tí. Y las cosas ocultas del corazón son de las difíciles. Son las cosas que puedo tocar solamente después que tu fe y tu confianza en Mí han crecido, pues de otro modo no te haría bien, sino daño. Los tratos fuertes se deben efectuar sobre la base de una fe crecida para que no se quiebre todo. Sabiendo esto, anímate. Cuando viene fuerte, hay fe en cantidad suficiente para afrontarlo.

-- Sin embargo, sí, quizá deba recalcar un punto que muchos olvidan. La fe está en tí, para que tú puedas creer. Pero ella no recibe su alimento de tí, sino de Mí. Muchos piensan que por tener de Mi fe en ellos ya pueden afrontarlo todo, y después resulta que están afrontando las cosas en sus propias fuerzas, y no con la fe.

-- Queridos hijos, ¿por qué piensas que al hablar de la primera fe que deposité en tu corazón utilicé la figura de una semilla? Porque Mi fe en vosotros es como una planta: requiere riego. Requiere aguas de Mis fuentes. Por lo tanto, toma tiempo cada día para regarla. Yo soy el agua. Sí me apena que cuando es tiempo de poda porque tu fe está crecida para soportarlo y Yo puedo empezar, tú pienses que Yo no estoy contigo. No obro para hacerte caer, sino para hacerte crecer. Lo que hago es para embellecerte para Mí, para que dés más fruto para Mi Padre, y Yo estoy contigo.

-- Amado, la fe te fue dada para que la obra fuese hecha primeramente en tu espíritu (aquello que no viste, sino que sólo conociste por sus resultados); pero luego, para seguir en todo tu cuerpo, tu alma, y tu corazón. Me doy cuenta que para tí es desanimante no ver la luz que muestra que la noche termina o que no veas dónde esté la salida del valle de sombra, pero no malinterpretes el don que te dí. Pues éste permanecerá en tí hasta que mi obra sea completada. El don te fue dado para que creas que Yo estoy contigo siempre, aún durante el obrar de la cruz en tí.

-- ¿No dijiste: Señor, ¡sálvame!? Bueno, ¡estoy haciéndolo! Pero tú, ¿lo crees?

-- Tengo que preguntarte de nuevo: ¿Crees en Mí? ¿Crees que hay un propósito bueno en cada cosa que permito pasar por tu vida? ¡Confía en Mí! Estoy haciendo lo que te prometí. No te preocupes si no lo entiendes. Solamente acuérdate de lo que te expliqué al principio: La fe que puse en tí para que aquél día creyeses en Mí, no fue solamente para ese día, sino para todos los días, hasta que yo acabe la obra. La fe que posees hoy es la misma del primer día, pero ha crecido.

-- ¿Recuerdas cuán poderosa fue la obra y qué grande el gozo de la salvación? Hoy sigue igual de poderosa mi obra diaria en tí; sea también diario tu gozo.

-- Te llamé a participar de Mí y puse de Mí en tí. Busca mi Rostro, saca de tu interior la fe, y como una lámpara haz que ilumine sobre las tinieblas que momentáneamente te rodean. El día ya viene. Vendrá otra noche, pero después nuevamente otro día; hasta que Yo acabe la obra. Mi fe he puesto en tí para que creas en Mí. Quita tus ojos de tí mismo. Mis planes para tí no son necesariamente como tú te los imaginas, y las cosas no saldrán siempre como tu quieras, pero ¡confía!, siempre saldrán como Yo quiero.

-- Así que compañero mío, compañera mía, amigo mío, amiga mía,,...

-- Amados míos, ¡Confiad en Mí!